Don Segundo Moya dobla su columna vertebral hasta que su mano izquierda alcanza la botella vacía de agua mineral que había saciado la sed de un estudiante de Derecho. Su columna vertebral se endereza, gira sus hombros y su rostro hacia la derecha, da un paso y llega al basurero y la afloja para dejar caer la botella en el fondo del mismo, la única basura que acompaña al chicle solitario.
38 años limpiando la facultad y tal vez la única persona que se ha interesado en mucho tiempo voy a ser yo, me acerco, le saludo, pregunto; él dirige sus ojos hacia mí como si esperara ver a una chica que al fin bote la basura en su lugar, no se fija en mi sino en la basura que podría arrojar; esperando liberarse de ese recoger que le ha dado 38 años, de que hoy al menos descanse la espina dorsal.
Buenos días, le saludo, el inevitable fue inevitable, no se esperaba que yo me acerque, ya de cerca continúe con la interrogación. Todos los días, 5 de la mañana, su despertador interrumpe sus sueños, en los últimos 10 años es el único que lo acompaña al despertar, y el reloj le recuerda que el tiempo no ha pasado en vano, los hijos de Don Segundo han tomado rumbo propio y ahora se encuentra solo, convirtiendo su trabajo en su propio hogar.
Antes del despertador la primera luz de su mirada era para su esposa y ahora que es viudo lo único que hace para sobrevivir es ganar un sueldo limpiando aulas, jardines y pasillos de la facultad.
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